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Los compradores de comestibles están notando algo raro. Bolsas de papas fritas llenas de aire. Latas de sopa que se han encogido. Paquetes de detergente más pequeños.

Las empresas están reduciendo el tamaño de sus productos sin reducir los precios, y los comentarios de los consumidores, desde Reddit a TikTok, pasando por la sección de comentarios de The New York Times, rebosan indignación por esta tendencia, conocida como reduflación (shrinkflation en inglés).

La práctica no es nueva. Los vendedores llevan siglos reduciendo discretamente los productos para evitar subir los precios, y los expertos creen que ha sido una obvia estrategia corporativa al menos desde 1988, cuando la marca Chock Full o’Nuts redujo su bote de café de 455 gramos a 368 gramos y sus competidores siguieron el ejemplo.

Pero la indignación hoy es más pronunciada. El presidente Joe Biden se hizo eco del enojo en un video reciente. (“Lo que más rabia me da es que los envases de helado han disminuido de tamaño, pero no de precio”, lamentó). Las propias empresas explotan esta práctica con trucos publicitarios. Una cadena canadiense presentó una pizza growflation . (“En términos de pizza”, bromeaba el comunicado de prensa de la empresa, “una tajada más grande”).

Pero, ¿cómo funciona la reduflación desde el punto de vista económico? ¿Sucede con más frecuencia en Estados Unidos y, si es así, significa que los datos oficiales no reflejan el verdadero alcance de la inflación? A continuación te explicamos la tendencia y lo que significa para tu bolsillo.

Puede resultar difícil de creer, pero la reduflación parece estar ocurriendo con menos frecuencia hoy que hace unos años.

El gobierno de EE. UU. ajusta los datos oficiales de inflación para tener en cuenta la reducción del tamaño de los productos, y los recopiladores de datos que vigilan los ajustes de tamaño detectaron menos casos de reducción de los artículos domésticos y de alimentación en 2023 que unos años antes.

La reducción era frecuente en 2016, cuando la inflación general era baja. Se hizo más infrecuente tras el inicio de la pandemia en 2020, y más recientemente ha empezado a volver a los niveles anteriores a la pandemia, según los analistas de la Oficina de Estadísticas Laborales. (Los economistas señalaron que el conjunto de productos que se miden cambió algo a lo largo de los años, lo que hace que las comparaciones a lo largo del tiempo sean más una aproximación que una ciencia exacta).

Aunque las reducciones de tamaño no se produzcan con tanta frecuencia, la reduflación está teniendo un gran impacto en algunas categorías clave, como las golosinas, el detergente y el papel higiénico.

De 2019 a 2023, la reduflación añadió unos 3,6 puntos porcentuales a la inflación de productos como las toallas de papel y el papel higiénico, frente a los 1,2 puntos porcentuales de 2015 a 2019. En los últimos años, la contracción también ha contribuido en mayor medida al aumento de los precios de las golosinas y los productos de limpieza.

En el caso de los bocadillos, las reducciones de tamaño añadieron 2,6 puntos porcentuales a la inflación, aproximadamente en línea con lo que contribuyeron de 2015 a 2019. El gobierno aún no ha publicado un análisis sobre la contribución de la reduflación a la inflación general de 2019 a 2023.

La propia contracción se refleja en los datos oficiales de inflación, pero hay otra fuerza oculta que representa un costo para los consumidores y no aparece en las estadísticas. A veces las empresas utilizan materiales más baratos para ahorrar costos, una práctica que algunos llaman skimpflation. Para el gobierno es mucho más difícil de medir.

Si el rollo de toallas de papel cuesta lo mismo, pero el número de hojas es menor (reduflación), el aumento del precio unitario se añade a la inflación oficial. Si las toallas de papel son del mismo tamaño, pero de repente están hechas de peor material (skimpflation), el gobierno no lo registra como inflación.

De hecho, según los estadísticos del gobierno, los productos alimentarios y domésticos no se ajustan directamente a cambios de calidad distintos del tamaño y el peso. De este modo, si la marca de comida para microondas que compras empieza a utilizar aceite vegetal en lugar de aceite de oliva, o si el envase resellable viene sin su cierre, no se notará.

Las empresas optan por encoger sus productos en lugar de cobrar más por una sencilla razón: los consumidores suelen fijarse más en los precios que en los tamaños.

Cuando baja la cantidad, “la gente puede darse cuenta, pero a menudo no lo hace”, afirma John Gourville, profesor de la Harvard Business School. “No se produce el impacto de verlo en la etiqueta”.

Un ejemplo famoso es el de Dannon, que solía vender yogures en envases más grandes que los de su competidor Yoplait: 226 gramos frente a 170 gramos (ocho onzas contra seis). Los consumidores estaban convencidos de que el yogur de Dannon era más caro y no se daban cuenta de que simplemente era más grande. Al final, la empresa cedió y redujo el tamaño de sus envases.

“Las ventas de yogur de Dannon, que disminuyeron inmediatamente después de la reducción de tamaño, se han recuperado desde entonces”, informó el Times en 2003. “Y Dannon se embolsa ahora una mayor ganancia por cada vaso de yogur que vende”.

No todos los cambios de tamaño son iguales. Algunos pueden ser subrepticios, como aumentar el tamaño de una hendidura en la base de un tarro o recortar las esquinas de una pastilla de jabón. A los consumidores les resulta especialmente difícil reconocer los cambios de tamaño cuando se producen en tres dimensiones, afirma Nailya Ordabayeva, profesora asociada de la Escuela de Negocios Tuck de Dartmouth, quien ha estudiado las respuestas de los consumidores.

“El cerebro está programado para realizar heurísticas más sencillas”, explica.

Además, señaló, los consumidores pueden estar dispuestos a aceptar cantidades menores o incluso preferirlas en algunos casos. Por ejemplo, los productos de comida chatarra se han encogido a veces para reducir el número de calorías.

Cuando las empresas se limitan a velar por sus ganancias —y no por sus consumidores—, existe el temor entre los expertos en precios de que una reduflación persistente ahuyente a los compradores.

Cuando los costos de las materias primas subían y la inflación era noticia, lo más probable es que los consumidores comprendieran que las empresas debían trasladarles parte de esos aumentos. Incluso es posible que prefirieran productos más pequeños en lugar de precios más altos, según varios expertos.

Pero ahora, la inflación general se ha calmado: tras alcanzar un máximo del 9,1 por ciento en julio de 2022, en enero se había reducido al 3,1 por ciento. Y los consumidores podrían estar menos dispuestos a aceptar la reduflación ahora que las empresas se enfrentan a presiones de costos menos severas, especialmente porque las ganancias de las empresas alimentarias han sido —y en muchos casos siguen siendo— elevadas.

Puede que simplemente se sientan estafados.

“Veo que los consumidores son cada vez más conscientes de la existencia de la reduflación”, afirmó Jun Yao, profesor de mercadeo de la Universidad Macquarie de Australia, quien ha estudiado esta tendencia.

Y a medida que más cadenas y minoristas en línea publican los costos unitarios, los compradores pueden estar más atentos a los cambios de tamaño, dijo Yao, algo que podría contrarrestar la contracción de porciones en el futuro.

Esta práctica, dijo, “puede ser contraproducente y dañar la imagen de marca”.

Jeanna Smialek escribe sobre la Reserva Federal y la economía para el Times desde Washington. Más de Jeanna Smialek

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